Hoy día 13 de Febrero, Miércoles de Ceniza, dejamos atrás el Carnaval y recibimos la Cuaresma. Tiempo para la reflexión y la oración, preámbulo de una fechas más importantes de nuestro pueblo, la Semana Santa. Dentro de unos días, si el tiempo lo permite, tendremos la suerte de ver imágenes iguales a las de otros años y a su vez tan distintas. Para aportar mi grano de arena a la reflexión quiero dejaros con el siguiente texto.
Qué curioso el cristianismo, la de paradojas que encierra en
sí mismo. No sé cómo será en las demás religiones, pero en esta mía… No hay más
que leer el Sermón de la Montaña en la que el mismo Jesucristo habla de una
serie de paradojas: Dichosos los que sufren…,
dichosos los pobres… Incluso algunos santos como San Francisco de Asís
tiene himnos paradójicos: Porque es
dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí
mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la
vida eterna.
Todas estas paradojas mencionadas anteriormente (y mil más que
podríamos encontrar) son paradojas que nos llevan a un encuentro con Dios, a una vida
consecuente con nuestra fe, en definitiva, a la felicidad y a la vida eterna.
Sin embargo en nuestra vida cotidiana nos encontramos con
otra serie de paradojas igualmente curiosas pero que en cambio nos llevan a una
insatisfacción y a una vida inconsecuente con nuestra fe, sin saber de verdad
en qué creemos. Son las paradojas de algunos cristianos. El nombre de cristiano
viene de aquel que sigue a Cristo. Mas no siempre es así. Muchas veces nos
encontramos con que decimos creer en Cristo, pero después en nuestras vidas
vivimos justo en contra de lo que dijo Él. En el sur, donde la religiosidad
popular está más arraigada, se ve bastante este curioso hecho. “Mi Cristo de…”,
“Mi Virgen de…”, “que nadie me los toque”. Venimos a pedirle, a que nos
escuche, a veces con exigencias, como una muchacha que escuché que venía con
unos amigos y casi llegando a la Iglesia decía: “le ponemos la vela y nos
vamos, que todo esto es para que me ayude en el examen, que yo paso de rezar ni
nada…”. Lo que yo llamo “el Cristo cajero automático”. ¿Necesito algo? Pues
como la tarjeta, pongo la vela, saco “mi milagro” y me voy. No nos interesa
nada más. Pero ¿cuántas veces nos hemos parado a escuchar a “mi cristo” o a “mi
virgen”? ¿Qué nos piden ellos?
Ese Cristo mío, al que le lloro el día de la salida, nos
pidió muchas cosas. Por ejemplo: celebrar la Ultima Cena en su nombre, lo que
hoy llamamos la Santa Misa. ¿Ir a misa? No me interesa. También nos habló de
perdonar al enemigo. ¿Perdonar con todo lo que me han hecho? No me interesa.
También nos habló de no juzgar a nadie, no criticar ¿Es que no sabes lo que ha
hecho fulanito o fulanita? Uy, uy, uy, pues mira… Aun así criticamos. Nos habló
de imitarle y trabajar para ganarnos el Cielo, de llevar una vida santa. ¿No ir
a la movida, no emborracharnos, no tomar drogas, no fornicar…? No me interesa,
ese Cristo no es “mi cristo”, solo quiere que me aburra.
¿Y si nos paramos a escuchar un poco que dijo “Mi Virgen”?
Dijo una frase preciosa: Haced lo que Él
os diga. Ese “Él” era su Hijo. Y volvemos a lo mismo, no me interesa.
Todas estas paradojas de vivir justo en contra de lo que
decimos que creemos es lo que nos hace tan incoherentes en el mundo. Hacemos la
religión light, un puro trámite y tradición. Vemos lógico esperar una larga
cola para sacar una entrada para un partido de fútbol importante, vemos lógico
hacer un curso de no sé cuanto tiempo para sacarnos el carnet de conducir, y
pagar bastante por ello, pero protestamos cuando para un sacramente se nos pide
un curso preparatorio, o ciertas formalidades para recibirlo.
Padres que al bautizar a sus hijos “se obligan” a educarlos en la fe, y que sin
embargo están deseando que acabe la primera comunión para no ir más a misa con
sus hijos. Padres que enseñan a sus hijos a ser costaleros pero que después les
dicen que la misa es una tontería. Novios que al casarse piden “algo ligerito
que hay que irse al convite” y confunden boda con convite. “Cristianos” que al
confirmarse preguntan que por qué es obligatorio confesarse, que ellos no se
confiesan. ¿Por qué tanto rechazo al Amor de Dios?
Ser cristiano es algo serio, muy serio. No tiene nada que
ver con que te gusten las imágenes de Semana Santa, ni con que te guste la
música cofrade. Es vivir demostrando en tu vida aquello que dices que crees. De
lo contrario, sólo hacemos el ridículo, y somos el hazmerreír de las demás
gentes. Si uno que no tiene ni idea de canto se presenta a una final de un
bienal flamenco, tan solo haría el ridículo. Puede que le guste el flamenco,
pero que no diga que es cantaor. Si alguien que se dice cristiano, no vive de
acuerdo a lo que dijo Cristo y no vive su fe en la Iglesia, tan solo hace el
ridículo. Puede que le guste una imagen, pero que no diga que es cristiano.
Ojalá que esta cuaresma sirva para hacernos reflexionar
sobre nuestra vida cristiana, saber situarnos dónde estamos y qué tenemos que
cambiar para ser verdaderos cristianos.