El año pasado, en la revista Sayones editada por la Agrupación de Cofradías de Aguilar de la Frontera se incluyó un texto acerca de la historia del nombre del Cristo de la Salud y de su inicio con motivo de los 400 años de advocación del Santísimo Cristo de la Salud.
De igual forma, recientemente, se ha escrito un libro denominado “LA SALUD 1600-2010: 400 Años de una Advocación”, el cual ha sido escrito por Juan Arjona Galisteo y Juan Luís Arjoza Zurera, del cual podéis encontrar una entrada en este blog hablando de la presentación del mismo. Y, a día de hoy, puedo asegurar que es un gran libro, el cuál recomiendo leáis, ya que podéis encontrar esta historia entre otras muchas pero de forma más completa y rigurosa que la que os cuento.
No obstante, esta entrada se crea para reflejar parte del texto que aparecía el año pasado en la revista Sayones y que fue extraído del libro “Apuntes para la Historia de Aguilar de la Frontera” escrito por D. José Palma Varo (1979). La historia dice así:
Alojada en una hornacina excavada en el muro y por encima del dintel de la puerta de entrada de una casa de la calle San Cristóbal, habitada en los comienzos del siglo XVII por el que entonces era su dueño Juan Ruíz Pastor, un Santo Cristo de cortas dimensiones era alumbrado desde el toque del Ángelus hasta el amanecer por la débil y vacilante luz de una lámpara de aceite que la señora de la casa se encargaba de alimentar y encender todos los días desde la caída de la tarde.
Por aquel tiempo, una gran calamidad afligía a la villa de Aguilar. Era la peste, que desde el año 542 (Peste de Justiniano) se había abatido sobre los pueblos europeos en diversas ocasiones. Aguilar fue víctima de la siniestra enfermedad a partir del año 1600. Durante doce años, la epidemia de peste sumió en la desventura a nuestro pueblo. Vidas pletóricas de salud y de promesas caían tronchadas por la implacable furia del mal. Particularmente, los que pagaron más alto tributo a la enfermedad fueron los vecinos de las calles más septentrionales de la población, las más próximas al arroyo de la Fuente de las Piedras y al rio de la Antigua (río Cabra), donde la abundancia de ratas contribuía a la difusión del mal, pues sabido es que estos roedores son también receptivos a la peste que se transmite de unos a otros, y de estos al hombre por las pulgas que los parasitan. El miedo y el pánico al contagio y la consternación de las gentes por la elevada mortalidad, subieron a tal punto que hasta temían acercarse a sus propios familiares enfermos. Los entierros fueron desprovistos de todas las ceremonias rituales. Las víctimas, muy crecidas en número, ya no cabían en el camposanto (entonces situado en lado izquierdo de la parte alta de la cuesta de la Parroquia) y tuvo que abrirse una fosa común en el cerro de San Cristóbal, frente a la ermita entonces existente, para darle sepultura a los cadáveres que por otra parte, tenían que ser transportados en carros habilitados para ello. Y hasta se dio el caso de avisar anticipadamente para que fuesen retirados de la casa y llevados a inhumar enfermos que aún no habían exhalado el último aliento.
Un día, aún de estas víctimas transportadas en el carro, hizo un leve movimiento al pasar ante el Santo Cristo, que la dueña de la casa percibió. Era un moribundo en el momento de la agonía que aún conservaba un resto de vida, a punto de extinguirse. La mujer, compasiva, hizo detener el carro, descolgó la lamparita que alumbraba por las noches al Santo Cristo, del que era muy devota, mojó sus dedos en el aceite e hizo una cruz sobre la frente del desgraciado, realizando así una extremaunción de urgencia. Aquel enfermo se fue reanimando durante el traslado; al llegar junto a la fosa del cerro de San Cristóbal, en sus ojos abiertos brillaba un destello de vida y fue devuelto a su casa. Un día más tarde estaba curado de su grave enfermedad.
La noticia corrió como la pólvora. El hecho, considerado como milagroso, se comentó en todo el pueblo. Y, desde entonces, muchos atacados acudían a implorar al Santo Cristo la restitución de la salud perdida, usando el aceite de la lamparita. Otros, no pudiendo hacerlo por su estado de postración, solicitaban con vehemencia la presencia de la imagen, que manos piadosas se encargaban de llevarles. Y……muchos, que de corazón elevaron sus preces, curaron del terrible mal.
La devoción, exaltada por los acontecimientos milagrosos, hizo que se adquiriese aquella casa con las aportaciones particulares de los vecinos de la villa y que edificase en su lugar una ermita el año 1611 para darle culto a la imagen venerada. Y el Santo Cristo, que hasta entonces era llamado Cristo de la Luz, fue designado en adelante con el nombre de Cristo de la Salud. Al año siguiente de 1612, hecho sorprendente, la epidemia quedó extinguida.
De igual forma, recientemente, se ha escrito un libro denominado “LA SALUD 1600-2010: 400 Años de una Advocación”, el cual ha sido escrito por Juan Arjona Galisteo y Juan Luís Arjoza Zurera, del cual podéis encontrar una entrada en este blog hablando de la presentación del mismo. Y, a día de hoy, puedo asegurar que es un gran libro, el cuál recomiendo leáis, ya que podéis encontrar esta historia entre otras muchas pero de forma más completa y rigurosa que la que os cuento.
No obstante, esta entrada se crea para reflejar parte del texto que aparecía el año pasado en la revista Sayones y que fue extraído del libro “Apuntes para la Historia de Aguilar de la Frontera” escrito por D. José Palma Varo (1979). La historia dice así:
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Por aquel tiempo, una gran calamidad afligía a la villa de Aguilar. Era la peste, que desde el año 542 (Peste de Justiniano) se había abatido sobre los pueblos europeos en diversas ocasiones. Aguilar fue víctima de la siniestra enfermedad a partir del año 1600. Durante doce años, la epidemia de peste sumió en la desventura a nuestro pueblo. Vidas pletóricas de salud y de promesas caían tronchadas por la implacable furia del mal. Particularmente, los que pagaron más alto tributo a la enfermedad fueron los vecinos de las calles más septentrionales de la población, las más próximas al arroyo de la Fuente de las Piedras y al rio de la Antigua (río Cabra), donde la abundancia de ratas contribuía a la difusión del mal, pues sabido es que estos roedores son también receptivos a la peste que se transmite de unos a otros, y de estos al hombre por las pulgas que los parasitan. El miedo y el pánico al contagio y la consternación de las gentes por la elevada mortalidad, subieron a tal punto que hasta temían acercarse a sus propios familiares enfermos. Los entierros fueron desprovistos de todas las ceremonias rituales. Las víctimas, muy crecidas en número, ya no cabían en el camposanto (entonces situado en lado izquierdo de la parte alta de la cuesta de la Parroquia) y tuvo que abrirse una fosa común en el cerro de San Cristóbal, frente a la ermita entonces existente, para darle sepultura a los cadáveres que por otra parte, tenían que ser transportados en carros habilitados para ello. Y hasta se dio el caso de avisar anticipadamente para que fuesen retirados de la casa y llevados a inhumar enfermos que aún no habían exhalado el último aliento.
Un día, aún de estas víctimas transportadas en el carro, hizo un leve movimiento al pasar ante el Santo Cristo, que la dueña de la casa percibió. Era un moribundo en el momento de la agonía que aún conservaba un resto de vida, a punto de extinguirse. La mujer, compasiva, hizo detener el carro, descolgó la lamparita que alumbraba por las noches al Santo Cristo, del que era muy devota, mojó sus dedos en el aceite e hizo una cruz sobre la frente del desgraciado, realizando así una extremaunción de urgencia. Aquel enfermo se fue reanimando durante el traslado; al llegar junto a la fosa del cerro de San Cristóbal, en sus ojos abiertos brillaba un destello de vida y fue devuelto a su casa. Un día más tarde estaba curado de su grave enfermedad.
La noticia corrió como la pólvora. El hecho, considerado como milagroso, se comentó en todo el pueblo. Y, desde entonces, muchos atacados acudían a implorar al Santo Cristo la restitución de la salud perdida, usando el aceite de la lamparita. Otros, no pudiendo hacerlo por su estado de postración, solicitaban con vehemencia la presencia de la imagen, que manos piadosas se encargaban de llevarles. Y……muchos, que de corazón elevaron sus preces, curaron del terrible mal.
La devoción, exaltada por los acontecimientos milagrosos, hizo que se adquiriese aquella casa con las aportaciones particulares de los vecinos de la villa y que edificase en su lugar una ermita el año 1611 para darle culto a la imagen venerada. Y el Santo Cristo, que hasta entonces era llamado Cristo de la Luz, fue designado en adelante con el nombre de Cristo de la Salud. Al año siguiente de 1612, hecho sorprendente, la epidemia quedó extinguida.
“Apuntes para la Historia de Aguilar de la Frontera”
por D. José Palma Varo, año 1979